En los últimos 25 años, muchos han sido los esfuerzos para reunir a historiadores y antropólogos, para así combinar los planteamientos y métodos de ambas disciplinas en una colaboración productiva para la enseñanza y la investigación. Este esfuerzo ha alcanzado cierto éxito en algunas ocasiones, pero luego de diez años como estudiante y practicante de ambas disciplinas, aún mantengo la impresión que los antropólogos y los historiadores siguen siendo muy distintos en lo que hacen y su manera de ralizarlo. De hecho, opino que ambas disciplinas están entrando a una recurrente fase nativista, y que el clima para las colaboraciones se ha vuelto un tanto gélido.
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