La vida religiosa en Europa está gravemente enferma, si no moribunda.
Está desapareciendo de la percepción pública y adentrándose en la invisibilidad. Si las estadísticas tienen razón llegará a ser una nota marginal en el paisaje europeo. Los ayer constructores de los fundamentos de la cultura europea se convierten hoy en recuerdo histórico.
Además, muchas veces, parece que se ha perdido la “mística” propia, la inspiración, el sentir de una dinámica que sustenta y empuja, que atrae y hace vibrar con satisfacción y gozo, tanto a los individuos como a las comunidades.
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