Históricamente, los principales productores de apocalíptica han sido las víctimas, los empobrecidos y los excluidos, como resistencia de quienes se consideraban acosados y como grito de rebelión contra el poder y el dominio injusto. La apocalíptica pretende llegar lo más rá- pidamente posible a su fin y espera un futuro alternativo, en una redención de la impotencia. Hoy, en lugar de proceder solo de los que están peor situados, es producida por los poderes políticos, económicos y culturales, con el fin de anular la protesta y transmitir que no hay alternativa. De ahí su ambigüedad y su doble función: por una parte, legitima el orden/desorden y sanciona las prácticas que originaron la catástrofe; por otra, desvela la radical contingencia del crecimiento económico y revela la innata precariedad de todos los mundos sociales.
© 2001-2025 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados