Se ha acusado a menudo a las religiones de favorecer la violencia. Y puede ser así, cuando se tiene de ellas una comprensión fundamentalista.
En todo caso, en la tradición judío-cristiana tenemos el amor al prójimo como oferta valiosa para fomentar un humanismo auténtico.
No se trata solo de un sentimiento, sino que exige una actitud fundamental, que comporta tanto la renuncia al odio y la venganza, como un cuidado auténtico del otro. Este mandamiento del amor al prójimo, sea hombre, sea mujer, tiene su “patria” en el Levítico y nos conduce al núcleo de la ética judeo-cristiana. Y debe ser interpretado en el contexto de Lv 19, de modo que el pueblo de Dios pueda representar bien en la tierra la santidad de Dios.
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