A las riendas de un país que no deseaba involucrarse en los asuntos del resto del mundo, el presidente estadounidense tuvo que andarse con pies de plomo para ayudar a chinos y británicos. Las políticas japonesas en Asia, contrarias a los intereses de Washington, y la dificultad de las negociaciones con Tokio auguraban unos resultados que darían un giro absoluto a la opinión pública norteamericana.
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