El cielo nocturno, tachonado de puntitos brillantes que en buena parte son estrellas, ha acompañado a la humanidad desde el principio. Junto con la luna en sus diferentes fases y posiciones, ha sido el paisaje que el ser humano siempre ha visto al mirar al cielo en las noches despejadas. El firmamento ha alimentado mitos y religiones, guiaba a los antiguos navegantes en sus viajes marítimos, y se le consideró inmutable, con algunos de esos puntos brillantes permaneciendo inmóviles en la bóveda celeste y otros moviéndose siguiendo ciclos predecibles.
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