Roberto Berrazueta Fernández, M.J. Berrazueta
Es nuestra intención, a través de una serie de artículos, el poder esclarecer toda una serie de procedimientos y materiales que habitualmente empleamos en la práctica diaria.
No pretendemos en ninguno de ellos hacer un tratado; para ello hay infinidad de libros de texto y de consulta. Sólo pretendemos presentar de la forma más clara y concisa algunos aspectos de la especialidad que o están aletargados o pasan ignorados por parte de los profesionales.
Estamos convencidos de que la práctica de una buena dentistería conservadora y/o restauradora requiere de una serie de pasos y usos que son necesarios si queremos alcanzar un grado óptimo en la calidad de nuestros trabajos. El que con frecuencia nos olvidemos de algunas de estas etapas no justifica nuestra conducta.
Es de desear que en el futuro, con el número de estomatólogos que precisa nuestro país, el estímulo sea una de las constantes que acompañen a estas nuevas generaciones, y que los grupos de estudio proliferen de forma indiscriminada para el bien de los profesionales y de los pacientes.
Como amantes de la dentistería conservadora, en este primer artículo queremos romper una lanza en favor del dique de goma; deseamos que en el futuro su uso se generalice; de nada nos sirven los argumentos que esgrimen los detractores del mismo diciendo que no lo usan porque a sus pacientes no les gusta, porque la pérdida de tiempo que supone el colocarlos no les compensa su uso, porque consideran que se trata de una moda snob, y, lo que es peor, aquellos otros profesionales que tratan de elitistas y sofisticados a aquellos compañeros que lo tienen como norma rutinaria en su práctica diaria.
A pesar de todas las trabas que puedan ponerse, pensamos que es el primer paso para el perfeccionamiento de todos los procedimientos dentales que realicemos.
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