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Descarbonización: el vector de la política energética

  • Autores: Nemesio Fernández-Cuesta Luca de Tena
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 30, Nº 169, 2016, págs. 26-32
  • Idioma: español
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  • Resumen
    • El éxito de la COP21 es el acuerdo en sí. El fracaso es la distancia entre lo que debería ser su contenido y el alcance real. Cumplirlo exige un esfuerzo colectivo por transformar el modelo energético.

      El 12 de diciembre de 2015 se clausuró en París la XXI Conferencia de las Partes (COP21) del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Casi 200 países alcanzaron un acuerdo para la reducción de emisiones de CO2. Sin embargo, el veredicto más ajustado de lo ocurrido en la capital francesa es el emitido por el diario británico The Guardian: "Un éxito para lo que podía haber sido, un fracaso para lo que debería haber sido".

      El gran objetivo El gran objetivo de la cumbre queda enunciado en el artículo 2 del acuerdo: mantener el incremento de temperatura de la Tierra respecto a la existente en la era preindustrial por debajo de 2ºC e intentar limitarlo a un 1,5ºC. Conseguir la unanimidad en esta materia constituye un éxito sin precedentes. Hay que recordar que el famoso Protocolo de Kioto apenas fue suscrito por algo más de 30 países. Sin embargo, un acuerdo de este tipo no es alcanzable sin inconsistencias, dosis abundantes de flexibilidad y un notable recurso al lenguaje diplomático.

      El primer problema es que la reducción de emisiones depende de "contribuciones nacionales" de carácter voluntario, no exigibles por terceros y cuyo incumplimiento no acarrea consecuencia alguna.

      La segunda cuestión es la indeterminación de los compromisos más allá de 2030. El acuerdo habla de alcanzar el pico de emisiones "lo antes posible" para proceder después a una rápida reducción en función del desarrollo tecnológico de forma que se alcance el equilibrio entre emisiones y absorción de CO2 en la segunda mitad del siglo. La absorción de CO2 dependerá, salvo grandes avances en la tecnología de captura y secuestro de carbono, de la masa forestal y, en menor medida, de los océanos.

      La tercera cuestión, y quizá la más importante a corto plazo, es que, de acuerdo con los primeros cálculos, la suma de las contribuciones de los diferentes países produciría un aumento de la temperatura de 2,7ºC, claramente superior al objetivo trazado. Al mismo tiempo, el mundo no se detiene: el consumo de energía primaria crece un 1,4% anual, el de gas en torno al 2% y los consumos de petróleo y carbón ligeramente por debajo del 1%. El mantenimiento de este escenario, no excesivamente agresivo, supondría que en 2035 el nivel de emisiones sería el doble del necesario para mantener el contenido de CO2 en la atmósfera en 450 partes por millón, nivel que la comunidad científica considera compatible con el aumento de la temperatura en 2ºC. Semejante volumen de emisiones significaría un aumento de la temperatura de entre 3 y 5ºC a finales de siglo. Nuestro planeta no sería como hoy lo conocemos.

      Probablemente este escenario no se convertirá en realidad pero, con el texto del Acuerdo de París en la mano, es difícil suponer que el objetivo de los 2ºC vaya a ser alcanzado. El éxito es el acuerdo en sí. El fracaso es la distancia entre lo que debería ser su contenido y su alcance real.

      El debate científico La medición del contenido de CO2 en la atmósfera se realiza desde 1958. En el marco de los trabajos del Año Internacional Geofísico, el científico norteamericano Charles D. Keeling propuso - y fue aprobada - la instalación de una estación medidora en Hawai, en la cumbre del volcán Mauna Loa. Para los amantes de las curiosidades históricas, cabe destacar que el gran número de trabajos relacionados con la meteorología aprobado en el marco del Año Geofísico se debió a que el entonces presidente estadounidense, Dwight D. Eisenhower, aún recordaba sus desvelos con los pronósticos meteorológicos entre el 4 y el 6 de junio de 1944, cuando como comandante en jefe aliado estuvo a cargo del desembarco de Normandía.

      Desde el inicio de las mediciones, el contenido de CO2 en la atmósfera ha pasado de 316 a 400 partes por millón, es decir de un 0,03 a un 0,04%. ¿Semejante alboroto por tan nimia variación? La respuesta debe ser afirmativa. La Tierra recibe calor del Sol y, como todo cuerpo caliente, emite a su vez calor. Este calor es retenido por la atmósfera. Sin esa "retención" de calor, sin ese "efecto invernadero", no existiría vida sobre la Tierra. Las diferencias de temperatura entre el día y la noche serían tales que lo que naciera de día moriría de noche. Sin embargo, ese "efecto invernadero" que permite la existencia de vida en la Tierra no es debido ni al oxígeno ni al nitrógeno, que componen más del 98% de nuestra atmósfera, sino al resto de gases que forman parte de ella, entre los que sobresale el CO2. Este fue el gran descubrimiento en 1859 del científico británico John Tyndall.


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