En el verano de 1991, cuatro meses antes de la disolución de la URSS, la mayoría de los expertos descartaba un acontecimiento de este tipo y las consecuencias que traería 25 años después.
El tiempo ofrece perspectiva y permite dotar de sentido a los acontecimientos dentro de un proceso histórico de largo recorrido. Pero es importante no perder de vista que esta perspectiva siempre es dependiente de un presente y que, en no pocas ocasiones, el paso del tiempo fija interpretaciones sesgadas e interesadas. Así, por ejemplo, entre el nacionalismo ruso actual gana peso la idea de que el colapso de la Unión Soviética - la gran catástrofe geopolítica del siglo XX en palabras del presidente Vladimir Putin - se produjo como resultado de una conspiración urdida por la CIA. Mientras que en Occidente se asume hoy, con cierta inercia, que, como resultado del declive económico e ideológico del comunismo, la disolución de la URSS era inevitable. Pero, no lo fue en absoluto.
La disolución fue inesperada, contingente y en parte fortuita. De hecho, en el verano de 1991 - apenas cuatro meses antes de su final - la caída de la URSS seguía resultando impensable para la mayor parte de protagonistas y observadores.
El último imperio. Los días finales de la Unión Soviética Serhii Plokhy Madrid: Turner, 2015 520 págs.
El último imperio de Serhii Plokhy está llamado a convertirse en un clásico dentro de los estudios sobre el final de la Unión Soviética. Plokhy fija, de hecho, un nuevo estándar en la explicación del porqué y el cómo del colapso soviético. Y lo hace, por un lado, otorgándole un carácter decisivo a la naturaleza imperial de la URSS y, por otro, impugnando la interpretación triunfalista que impulsó el gobierno de Estados Unidos una vez que se consumó este derrumbe. Sobre estos dos vectores, relacionados con maestría a lo largo del texto, Plokhy construye un relato solvente y fluido, sobre un acontecimiento que, literalmente, cambió nuestro mundo.
Plokhy no cuestiona que el agotamiento económico y la quiebra del ideal comunista contribuyeron a la implosión soviética, pero - y esta es la tesis central del libro - "no determinaron la desintegración territorial, fenómeno que se explica por el carácter imperial, la composición multiétnica y la estructura pseudofederal del Estado". Un aspecto esencial que, como apunta el autor, no fue bien comprendido ni por los protagonistas de la época ni tampoco, cabe añadir, por muchos de quienes han abordado el asunto posteriormente.
Sí fue, sin embargo, un aspecto considerado por algunos de quienes estudiaron la URSS en las décadas previas a su final. El caso más conocido - y de mención obligada - es el de la historiadora francesa, Hélène Carrère d'Encausse, quien ganó fama mundial por haber pronosticado el fin de la URSS en un libro publicado en 1978 con el título L'Empire éclaté. Carrère situaba a las repúblicas centroasiáticas - por su dinamismo demográfico y población musulmana - como protagonistas de esta ruptura. Sin embargo, muy al contrario, fueron actores pasivos en el colapso soviético y aceptaron con escaso entusiasmo una independencia sobrevenida.
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