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Unas elecciones sobre la desigualdad

  • Autores: Richard Reeves
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 30, Nº 174, 2016, págs. 56-62
  • Idioma: español
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  • Resumen
    • El sueño americano choca frontalmente con los índices crecientes de desigualdad de ingresos en EEUU. Ni Hillary Clinton ni Donald Trump han propuesto políticas serias para afrontar un problema económico y político que amenaza la estabilidad del sistema.

      Terminado el último debate presidencial, ya era oficial: en una campaña electoral que empezó dando protagonismo absoluto a la desigualdad - con el inesperado auge del demócrata Bernie Sanders y republicanos como Ron Paul hablando de la brecha entre ricos y pobres -, los discursos se han ido sucediendo sin que ninguno de los candidatos pronunciara las palabras "desigualdad de ingresos". De hecho, la desigualdad ha resultado ser un asunto especialmente problemático para la pareja de candidatos.

      Hillary Clinton trata de parecer más en contacto con los "estadounidenses de a pie", insistiendo en la riqueza y en las declaraciones de la renta de Donald Trump. Pero ella misma tiene dificultades para defender ese argumento, dados los desorbitados honorarios que ha cobrado por sus conferencias y un patrimonio neto de más de 100 millones de dólares. Si a eso le sumamos la indignación por la financiación de la Fundación Clinton, resulta fácil entender por qué llamar la atención sobre la desigualdad es contraproducente para Clinton.

      Mientras la candidata demócrata intenta quitarle importancia a su fortuna, Trump no deja de atraer la atención sobre la suya. En 2015, en una exhibición especialmente ostentosa, se llevó a unos niños de paseo en su helicóptero personal por la feria estatal de Iowa. El republicano promete devolver la "riqueza" a Estados Unidos, pero habla de los menos acomodados - inmigrantes y beneficiarios de ayudas sociales, entre otros - con al menos tanta hostilidad como compasión. Así, resulta difícil proponer políticas sólidas y empíricas para afrontar el problema.

      Pero el hecho de que los candidatos no hablen explícitamente de la desigualdad de ingresos no significa que este asunto no haya condicionado las elecciones. De hecho, en ciertos aspectos, la desigualdad las ha definido. Los seguidores de Trump notan que no progresan, y están cansados de ello. Aunque no sean especialmente pobres - según un exhaustivo estudio de Gallup -, tienen más tendencia a vivir en zonas con índices bajos de movilidad ascendente y una esperanza de vida inferior a la media. El sueño americano se les escapa de las manos y Trump ha sacado provecho con brillantez de ese descontento diciéndoles que la culpa es de los "políticos deshonestos" (como Clinton, según su argumento).

      Por otro lado, la preocupación por la desigualdad de ingresos fue sin duda una de las cuestiones que dieron vida a las primarias demócratas. De hecho, algunos de los problemas de Clinton con su partido tenían que ver con la supuesta cercanía de la candidata a Wall Street.

      La tragedia de estas elecciones es que, aunque ambos candidatos han pretendido controlar la rabia causada por la desigualdad de ingresos - tanto supuesta como real - ninguno ha propuesto soluciones políticas serias para afrontar el problema. Por el contrario, en algunos casos, sus ideas no servirían más que para agravarlo.

      Tanto Trump como Clinton han adoptado la retórica anticomercial para defender ideas que sabemos no contribuirán en nada al crecimiento económico ni beneficiarán a la clase media. Trump ha lanzado ideas que podrían tener consecuencias progresistas, como las grandes inversiones públicas en infraestructura y la abolición de determinadas desgravaciones fiscales. Pero, en conjunto, sus planes incrementarían enormemente la desigualdad económica, según un análisis del Centro de Política Tributaria Brookings-Urban.

      Las políticas de Clinton en asuntos como los impuestos, la atención a la infancia, la financiación universitaria y las bajas laborales retribuidas inyectarían una pequeña dosis de redistribución. Pero es comprensible que haya sentido miedo ante la clase media-alta, y las acusaciones de hipocresía, para defender ese programa a capa y espada.

      Nacionalismo y economía Esa política débil traerá consigo una economía débil. No hay más que fijarse en el Brexit para ver otro ejemplo palpable. Todas las instituciones de Reino Unido estaban a favor de seguir en la Unión Europea. Y tenían razón: los argumentos económicos eran convincentes. El Banco de Inglaterra acaba de reducir drásticamente su previsión de crecimiento del PIB para 2017 del 2,3% al 0,8%.

      Puede que hasta eso resulte optimista. Pero los votantes británicos, aparentemente ajenos a lo que parecía un hecho económico evidente, hicieron una pedorreta colectiva. Por muchas que fueran, ni las advertencias de los expertos, ni los libros blancos de Hacienda, ni las declaraciones del gobernador del Banco de Inglaterra les hicieron cambiar de opinión.


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