En abril de 2015, Pierre Nkurunziza anunció su candidatura a un tercer mandato como presidente de Burundi. Su decisión, basada en una interpretación sesgada de la Constitución del Estado, significaba la ruptura con el Acuerdo de Arusha de 2000, que cerró una cruenta guerra civil y permitió que la población burundesa empezase a confiar en un futuro lejos de las permanentes agresiones políticas y sociales que sufrieron por décadas. Además, provocó la inmediata reacción social en las calles de Bujumbura, que fue violentamente «apaciguada» por las fuerzas de seguridad progubernamentales.
Tras un fallido golpe de estado y unas cuestionadas elecciones, la nueva presidencia de Nkurunziza se muestra hoy absolutamente desafiante y represiva, mientras Burundi se hunde en el declive político, económico y social.
Aunque los enfrentamientos han remitido de forma evidente, los temores de una nueva guerra civil siguen muy presentes e incluso se han desatado las alarmas de posible genocidio. Frente a este grave escenario, y a pesar de los limitados esfuerzos de la comunidad internacional, todavía no hay espacio para un diálogo inclusivo y completo que ponga fin a un año y medio de sanguinaria crisis política que, lejos de limitarse a las fronteras de Burundi, ya amenaza la estabilidad de toda la región.
In April 2015, Pierre Nkurunziza announced his candidacy for a third term as president of Burundi. His decision, based on a biased interpretation of the Constitution of the State, meant a break with the Arusha Agreement signed in 2000, which ended a grueling civil war and allowed the Burundian population to dream about a future away from the permanent political and social attacks suffered for decades. In addition, it caused the immediate social reaction on the streets of Bujumbura, violently «appeased»by pro-government security forces.
After a failed coup and a disputed election, the new presidency of Nkurunziza appears challenging and repressive, while Burundi sinks in absolute political, economic and social decline. Although violence has receded ostensibly; fears of a new civil war remain strong and have even triggered the alarms of genocide.
Against this serious scenario, and despite the limited efforts of the international community, there is still no room for an inclusive and complete dialogue to end a year and a half of this violent political crisis, which is not limited to the borders of Burundi, but also threatens the stability of the entire region.
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