La revolución conservadora emprendida por Reagan en la década de los ochenta encontró uno de sus pilares en las reformas fiscales encaminadas a reducir la progresividad de los sistemas impositivos. Bajo la presión del liberalismo económico las políticas públicas comenzaron a sufrir un retroceso que ha ido provocando un paulatino aumento de las desigualdades. Actualmente, nos enfrentamos a una concepción de la democracia en la que la idea de la distribución de la renta y de la riqueza ha pasado a un segundo plano.
Pero, para que la democracia funcione y las estructuras de bienestar sobrevivan es necesario mantener un sistema fiscal lo más justo y distributivo posible. Ante las continuas llamadas a la sencillez del sistema fiscal, hay que responder que la sencillez no debe estar reñida con la justicia y la equidad. Desde la izquierda estamos obligados a desarrollar propuestas fiscales basadas en la equidad y en la distribución justa de la riqueza, manteniendo la capacidad recaudatoria suficiente para tener servicios públicos de calidad para todos los ciudadanos.
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