Los emperadores desde los mismos comienzos de la institución imperial comprendieron la importancia de la protección de los intelectuales. La primera norma global que se conoce pertenece a Vespasiano, a pesar de su conocida oposición a un grupo de filósofos. A partir de aquí la legislación sobre el asunto desarrolla una línea continua de perfeccionamiento hasta llegar a Antonino Pío.
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