Dos meses después de cambiar las cunas tradicionales por colchones a ras de suelo, las educadoras que acompañamos a los más pequeños estamos muy satisfechas. Los niños necesitan tener a la educadora cerca y, sin los barrotes, nos es más fácil acariciar, dar la manita, a quien lo necesita. En el caso del niño que ya gatea, es fantástico verlo entrar y salir del dormitorio de manera independiente, cosa que no permiten las cunas tradicionales. Podemos aseguraros que el niño es más feliz en un ambiente sin barreras: ¡sin barandillas el amor circula mejor!
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