Desde mediados del siglo IV empieza a desarrollarse en Roma, por iniciativa de nobles matronas, un ascetismo de carácter preinstitucional, fruto de la adaptación de los elementos distintivos del monacato oriental al medio urbano y familiar de estas mujeres. El Epistolario de Jerónimo nos informa de esta práctica femenina y nos permite conocer también la consideración que tal práctica merecía al riguroso monje de Belén
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