El 11 de noviembre de 1572, Tycho Brahe regresaba a su residencia para cenar después de una jornada más en su laboratorio de alquimista. De pronto, advirtió en el cielo una luminaria que no solo no se correspondía con ninguna conocida de la constelación de Casiopea en la que se enmarcaba, sino que lucía con más fuerza que cualquier otra estrella o planeta que hubiera observado antes. Desconfiando de lo que veían sus ojos, pidió a los sirvientes que lo acompañaban que corroboraran su visión, y aún receloso buscó la aquiescencia de los labriegos que encontró a su paso.
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