Louis Massignon habla del «Paraíso de los cuatro ríos que confluyen en el centro en el interior de un recinto cuadrado muy alto, en un espejo que debía ser objeto de la contemplación». Henry Corbin se inclina también a ello desvelando un «espejo que a través las palingenesias, refleja todavía el paisaje de gloria descrito por la cosmogonía mazdea de la mañana de los mundos: el concepto mismo del Jardín celeste, del paraíso». Ambos ven Irán con el ojo del jardín-paraíso. Quizás hay en esta comunidad de visión una realidad más profunda que sobrepasa a ambos, pero de la cual son en cierto modo lo depositarios. Quizás esta realidad es el alma de Irán, esta substancia mágica que los antiguos iranios veían con el ojo del alma (ǧān chašm). [...]
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