En las últimas décadas, la fama del escritor argentino Julio Cortázar parece haber cedido algo de terreno frente a la de su paisano y coetáneo Jorge Luis Borges. Tal vez porque al lector común le gusta lo políticamente correcto. Tal vez solo por eso; y se sabe que Cortázar incurrió, sobre todo en los últimos años, en una serie de faltas, todas ellas contra el pensamiento único. Se le puede afear todo menos su compromiso político, eso sí, a favor de una causa perdida. Aun así, sigue atrayendo a multitud de escritores con un alto grado de angustia estética: los que gustamos de los retorcimientos y pasajes incompletos de Kafka; los que disfrutamos las endechas de Beckett contra su propio encanto y elocuencia.
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