“El ciego apura el resto de café y se olvida de mi presencia o finge que no está del otro lado de la mesa, anotando con avidez sus palabras. Hay algo en esa actitud que expresa su soledad, un ensimismamiento radical que tal vez disfrute o sufra a partes iguales. Es la última parte del reportaje y acaso la más íntima, porque se ha referido a un secreto que todos los hombres atesoran: sus miedos. Con discreción su secretaria se acerca a la mesa y me señala su reloj pulsera. En media hora el ciego debe dar su conferencia en un instituto cercano.
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