No puede llegar a considerarse un caso patológico, pero sí es bien conocida por todos la tendencia que tiene el ser humano a llenar los espacios vacíos. Tampoco le resulta extraña a nadie nuestra obsesión por las inscripciones del tipo "aquí estuve yo..."- en todas las modalidades del estar- como la manera de rubricar nuestro paso triunfal por románticos parajes de la sierra, ascensores, parques, pupitres y retretes. Cuando estos miedos e impulsos afloran de una manera más acusada en personas que gustan de la clandestinidad, con vocación de trascender y poseedoras de talento artístico, las paredes, los vagones de los trenes y todo el mobiliario urbano de la ciudad se llenan de nombres, formas y colores para desesperación del servicio de limpiezas. Si la dosis de talento no existe, la desesperación y el rechazo se generaliza también entre la ciudadanía.
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