Para Rancière la igualdad no es una meta a alcanzar sino un presupuesto que debe ser verificado. Esa proposición es, sin dudas, su contribución más célebre a la filosofía política. Sin embargo, su gesto teórico es más profundo de lo que en apariencia esa proposición sugiere. Postular la igualdad como supuesto significa postularla como una cuestión de creencia. Y la creencia en la igualdad no es un acto de la potencia de la fe. Es el acto de la potencia de un encuentro. El de la potencia del cuerpo y la potencia del pensamiento.
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