En este artículo el autor amplía el concepto de virginidad y lo estudia no solo a partir del aspecto físico o sexual del ser humano —especialmente de la mujer—, sino desde toda su plena expresión: que somos creaturas de Dios, y que el estado virginal de nuestro ser es una propiedad de la divinidad que nos fue dada como creatura llama- da a la vida inmaculada, que nos habita en propiedad, y además nos da la posibilidad de entrar en íntima comunión con nuestro Creador y Señor.
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