El derrumbe de las torres gemelas igualó a todos los comentaristas del mundo: al fajador corresponsal de una agencia de noticias o de una emisora de radio en la periferia del imperio, al politólogo de fama al que los grandes diarios le reclamaron inmediatamente su punto de vista. Todos vinieron a decir lo mismo y con las mismas palabras, la magnitud de la catástrofe impuso la obviedad. Los hechos eran teriblemente dolorosos y de un significado meridiano, una y otra vez explotaba por su parte superior la primera de las torres, una y otra vez volvía a embestir por el costado de la otra el avión suicida.Todos los ciudadanos del planeta eramos conscientes de que estábamos contemplando la historia.
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