Nada más lejano que el Cercano Oriente. Para el observador español, al menos. No sólo. Aún los supuestos especialistas -de los periodistas ni hablo- desbarran, con la mayor soltura, al abordarlo. Todo lo que, en España, concierne al conflicto israelo-palestino está lastrado por una especie de ceguera voluntaria que apenas disimula el primario antisemitismo que rige sus fobias y entusiasmos. Un antisemitismo gracias al cual, entre otras cosas, una impoluta nulidad, de apellido Rodríguez, acaba de conseguir auparse hasta la Moncloa.
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