La prohibición de la eugenesia es bien conocida en el derecho internacional. La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, por ejemplo, prohíbe, inter alia, la eugenesia. Muchos otros instrumentos jurídicos sugieren que la eugenesia es ilícita. A pesar de esto, hay quienes rechazan el uso de la terminología común relativa a la eutanasia como, en el mejor de los casos, sin sentido y, en el peor, como una interferencia ilegítima con el progreso científico y con el ejercicio de la libertad personal. Hay otros que sostienen que, aunque indudablemente hay mala eugenesia, no toda eugenesia es mala. La nueva eugenesia, afirman, no es como su antepasada moralmente insolvente, pues no es coercitiva, no tiene vínculos con el nazismo y es benigna. Este artículo examina semejantes pretensiones, explicando que el uso del término eugenesia ni es sin sentido ni es tan estrecho que resulte banal. En la medida en que alienta el que los intereses de la ciencia y de la sociedad estén por encima de la dignidad humana y del principio de que el fin no justifica los medios, la nueva eugenesia padece los mismos tipos de defectos que su predecesora del siglo xx. Las lecciones del siglo pasado nos recuerdan que la práctica de la eugenesia no siempre es coercitiva y que puede ser sutil, sistemática y ofender a la dignidad humana de un modo tal que comprometa a las nuevas generaciones.
The prohibition on eugenics is well known at international law. The �Charter of Fundamental Rights of the European Union�, for example, prohibits, inter alia, eugenics. Numerous other legal instruments suggest that eugenics is itself illicit. Despite these efforts at international law there are those who reject use of the terminology as, at best, meaningless and, at worst, an illegitimate interference with scientific progress and personal liberty. Still others argue that while there is undoubtedly bad eugenics, not all eugenics is bad. The New Eugenics is argued to be unlike its morally bankrupt forebears in that it is not coercive, has no links with Nazism or fascism and is, in fact, benign. This article examines these claims. It is argued here that the use of the term �eugenics� is neither meaningless nor so narrow as to be futile. The new eugenics, insofar as it allows the interests of science and society to take precedence over human dignity and the principle that the end does not justify the means, suffers from precisely the kinds of defect that its 20th century predecessor did. The lessons of the twentieth century remind us that the practice of eugenics is not always coercive, may be subtle and systematic and offends human dignity in ways that are bound to undermine future generations.
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