Desde hace un par de décadas se han ido abordando no pocas investigaciones neurocientíficas para mostrar cuáles son las bases cerebrales de las creencias, prácticas y vivencias consideradas religiosas o espirituales, con resultados más o menos sorprendentes, y con cierta repercusión cultural, aunque no excesiva en el quehacer de los filósofos de la religión o teólogos. La confusión queda servida a la hora de clasificar los nuevos estudios, y en último término, lo que a la base está vigente, es el problema del método, pues ése también afecta a los fundamentos de las neurociencias. A mi modo de entender la cuestión del método en las ciencias vinculadas a la vida humana, sea en su vertiente natural sea en su ladera sociocultural, condiciona el tipo de saber que pretendemos. Saber clasificar la experiencia religiosa en el estatuto científico nos ayudará a profundizar en el estudio interdisciplinar de la misma, logrando encontrar los límites de las ciencias naturales a la hora de dictaminar las bases cerebrales y la importancia que la religión tiene para un uso púbico de la misma.
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