Estos dos poemas de André du Bouchet (1924-2001), dan puntual testimonio de algunos de los elementos predilectos del poeta: el aire, la luz, la blancura de la nieve, la montaña. Las palabras se insinúan apenas sobre otra blancura: la de la página, y más que escritas, quisieran ser pronunciadas. Llegadas —como las cosas mismas— a través del aire hasta los ojos, aspiran a ser, por medio de su morosa proferación, devueltas al aire. En ese lugar —el ahí nombrado desde el primer verso— el yo del poeta se disuelve: es “otro”, ¿altura, aire, nieve? La poesía de Du Bouchet rehúye las definiciones y, sin embargo, define y describe: le da nitidez a lo nombrado sin constreñirlo, lo perfila sin acabarlo. Durante sus últimos años André du Bouchet vivió en una casa de piedra, al pie de una montaña, en la pequeña localidad de Truinas, en el sur de Francia. Durante su sepelio, en la mañana de un día particularmente soleado, comenzó a nevar. La naturaleza, a veces, resuena en perfecto acorde con nuestra humana condición.
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