Es errónea la siguiente teoría: la presión ejercida sobre la cara de un diente se transmite al pericemento comprimiendo esa red de fibras, vasos y nervios en el lado opuesto de aquel en que se ejerce presión; tampoco es cierto que esta presión sobre las diversas estructuras del pericemento haga que los osteoclastos entren en actividad y comiencen su devastadora obra.
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