El tratamiento es relativamente fácil si se comienza antes de que estén interesados el pericemento y el alvéolo; basta quitar los cálculos, aplicar duchas, masajes y tocar las encías con algún astringente; esto, unido a algún cuidado del canal digestivo, conduce seguramente a la curación. Pero otra cosa es cuando ya el hueso está afectado, caso en el que es prácticamente imposible alcanzar el sitio infectado en el fondo del alvéolo por medio de aplicaciones locales solamente, pues la naturaleza esponjosa del hueso favorece singularmente el acantonamiento y la proliferación de los microorganismos destructores. La acción de los medicamentos aplicados localmente es forzosamente limitada y transitoria, máxime si se aplican agentes coagulantes, los cuales protegen las partes afectadas del alcance de nuevas aplicaciones.
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