Las Ciencias Sociales tuvieron, desde su nacimiento, serios problemas para establecer su status epistemológico (por otro lado, siempre cuestionado) y dificultades, hasta la actualidad, para lograr, en términos de Bourdieu, su autonomía relativa como campo. En el caso de las ciencias sociales, la dificultad para lograr la autonomía que constituye la condición de posibilidad de la actividad científica se ve incrementada por el hecho de que tanto sujeto como objeto de las mismas son agentes de la vida social. La investigación social supone, paradójicamente, el distanciamiento imprescindible para abordar científicamente el objeto de estudio a la vez que un fuer te compromiso con el mundo social que se investiga. Esta tensión es desgarrante. Más desgarrante a medida que aumentan las tensiones sociales. Los apremios del mundo social hacen que muchas veces en la práctica científica quienes nos dedicamos al estudio de este mundo, sobre todo en sociedades altamente urgidas de solución, nos inclinemos a dar respuestas inmediatas, eludiendo lo que Elias llama “el rodeo por la investigación”Esta situación conduce a que con demasiada frecuencia actuemos más como doxósofos, inclinados a opinar e interpretar el mundo sin el respaldo que el conocimiento sobre ese mundo, aunque parcial y provisorio, provee, que como sociólogos, sabiendo que esa función implica, inevitablemente, una ruptura con las evidencias instaladas en el sentido común. Hecho que, en general, no suscita excesivas simpatías, pero que protege la distinción entre la “voz de la persona” y la “voz de la ciencia”.
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