No simplemente leemos un libro: leemos, en una etapa concreta de nuestra vida, una traducción, una colección, una edición, un sello específico; leemos el regalo de alguien en particular, o la repentina compra de feria en la que nos gastamos los ahorros de unas cuantas semanas; leemos un libro prestado por un amigo, y conservamos — junto con la gratitud— el recuerdo de las ilustraciones, su tipografía, el gramaje del papel… Tampoco vemos una película: asistimos a una sala (de casa o teatro) en particular, en una época del año, con la compañía —o la ausencia— de alguien en especial; por eso cuando evocamos las imágenes del filme vienen a nosotros los sabores y los olores de algún momento específico. De este modo, las circunstancias que rodean la película o el libro, el ir a cine o el leer, integran una parte notable en la configuración de esa memoria que de un personaje literario o cinematográfico nos queda; y con ello, de paso, se marca un hito en la configuración de nuestra biografía, esa suerte de texto escrito en muchos lenguajes y que da cuenta de nuestro vivir.
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