Capaz de inspirar las lealtades más incondicionales y, al mismo tiempo, los odios más acérrimos. Conquistó horizontes más allá de las fronteras conocidas. Se hizo rico en más de una ocasión y perdió hasta la camisa en otras tantas. Como venganza, luchó contra los piratas que lo habían secuestrado, fiasco del que lo único que pareció molestarle fue el bajo monto del rescate pedido. Llevó la guerra a su propia ciudad y, aún así, fue aclamado por el pueblo. Coqueto, con problemas de calvicie, acusado a un tiempo de embaucador de mujeres y de sodomita empedernido, probablemente epiléptico, obsesionado por las apariencias, estratega inconmensurable. Para algunos, un tirano cruel con un apego desmedido por el poder. Para otros, el visionario que encontró el único modo posible de rescatar Roma de entre los pedazos de la República. Controvertido, aunque, más que ninguna otra cosa, recordado. No hay duda, hablamos de Cayo Julio César.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados