El artículo intenta mostrar que el desafío de futuro más grande que plantea el Vaticano II es el mismo hecho conciliar. Un concilio es la máxima expresión autorizada, en el seno de la una eclesiología de comunión, de la necesaria actualización del depósito de la fe; por tanto, signo elocuente de la vitalidad de la Tradición de la que es portadora. Esta comprensión de la figura conciliar es la que explica el sentido y la labor del Vaticano II y, además, dice su originalidad en la continuidad de la historia conciliar precedente.
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