El mar estaba allí, junto a él -junto a nosotros- cuando volví a verle. No importa que fuese otro rincón oceánico. Que fueran otra playa, otras arenas, otros cocoteros. Era, sin embargo, su mar, compañero inmenso de su larga aventura, teatro de su batalla, eventual horizonte de su nostalgia. Allí volvía a encontrarle, con un fondo de alcatraces, de barcos pesqueros en reposo y canoas inmóviles en la inmovilidad de la bahía.
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