Veinticinco años atrás solo primaba en estas infinitudes el imperio de la selva. Desde Dabeiba tórrido hasta Turbo sudoroso y lacustre se empleaba casi una semana a lomo de mula o a quimba de peatón, por una sombría trocha de miasmas y de lodo, abierta a machete por entre la áspera e interminable manigua. Por allí pasaron una y otra vez los pálidos hombres de nuestros enganches, cuando en 1939 iniciamos, a la orilla del Golfo de Urabá, la ingente tarea de construír una carretera hacia el interior para poner al alcance de las llantas antioqueñas la orilla salvaje del Atlántico maicero.
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