Provistos de sus largas sogas, los hombres habían bajado del poblado ribereño para enlazar los maderos al paso de la brava corriente. Había cuajado apenas la limpieza del amanecer invernal, pero el aire trémulo, en aquella áspera cuenca del río Cauca, conservaba ese último toque de noche que le da al día sobre la tierra su primera virginidad elemental.
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