Rodeado de sus libros, en su apartamento de la calle Posadas de Buenos Aires, Eduardo Mallea tiene un inconfundible aire de familia con algunos de los personajes, o de las criaturas de sus libros, como él prefiere decir. Aun en esa calurosa tarde de verano, dentro de su casa, estaba vestido con un severo traje oscuro, camisa blanca, una corbata de tonos sombríos.
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