El rostro ancho, enérgico y viril de Baldomero Sanín Cano, daba la impresión de hallarse esculpido en piedra viva; airado el mentón, apretados los labios en actitud afirmativa, alta y despejada la frente sobre la maraña de las cejas plateadas que sombreaban la mirada incisiva y penetrante.
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