El pueblecito, sosegadamente recostado en una pendiente de nuestro Ande Oriental, goza de una suave temperatura, fresca, acariciante. Se congregan sus casas, tranquilas y sumisas, en torno a una amplia y generosa plaza. Irregulares callejuelas, lanzadas de los próximos campos, desembocan en ella. La rodean algunos comercios, la iglesia parroquial con su discreta torre, las oficinas de gobierno del municipio, una escuela pública de niños.
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