El ajedrez, a pesar de lo que parece, no tiene nada de juego. Es, por el contrario, una azarosa trabazón de lógica y de magia, de tensión perceptiva, de asombro. Quienes lo practican saben que están ejerciendo un aspecto, tal vez el más complicado, de la filosofía de la lucha. Y saben que sus dos grandes enemigos son el espacio y el tiempo.
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