Cuatro años ha que había empezado a escribir esta obra, cuando llegó a mis manos la filosófica carta que en junio de 72 dirige el sabio y erudito doctor Ricardo de la Parra al señor José Caicedo Rojas. La lectura de esta carta hizo caer la puma de mis manos y destruyó mis borrados. Me encontraba con un hombre sumamente estudioso, que se me había adelantado en sus dudas y en sus estudios sobre religión.
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