En las asociaciones gremiales españolas se exigió la limpieza de sangre. Limpio, según el decir de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua, era el cristiano viejo, sin raza de judío o de moro. En caso de duda era preciso entablar un largo proceso, lo cual permitía entonces el acceso al grado de maestro o la licencia para abrir tienda u obrador.
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