El aire de Olimpia amaneció limpio, saludable; su esbeltez se adivina en los árboles y en las columnas, que se alzan y refulgen con una blancura de cementerio. Hay algo mortuorio en el ambiente, parece que las hojas y las ramas se hallaran allí corno una ofrenda votiva; como si los árboles hubieran sido plantados con esa intención intermediaria que las guirnaldas tienen ante la muerte. Además, un gran silencio que apenas perturba nuestros pasos. El aire tan puro y fresco me produce cierto escalofrío.
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