Cuando yo era niño, dice don Eugenio D'Ors en alguna de sus breves y profundas glosas, tenía a menudo este sueño: el balcón de mi casa no daba sobre un jardín, o calle, o campo, o serranía. Daba sobre el vacío. A veces un vacío con niebla. Yo me asomaba a él sobrecogido, como si me asomara al final del mundo. Cuando esto había soñado la inquietud me duraba todo el día.
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