Musitaba, allá en la penumbra de la infancia, la fresca voz abolida. El balcón se abría sobre el jardín, sobre los cerros lejanos, sobre el cielo azul. Por el balcón pasaban sombras azuladas. En su jaula, el turpial se ahogaba de soledad y de música. Por la empinada calleja se paseaba el silencio.
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