En San Felipe de Nóvita, ciudad fundada en la mitad del siglo XVI, había un día en que no se hablaba de bateas ni azadones, de rozas ni de viajes, de azuelas o machetes. Era el cinco de enero. En aquella ocasión, el negro podía echar una cana al aire y divertirse junto con el blanco que toleraba entonces el baile y la algazara de la raza africana.
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