Tal podría ser el título de un capítulo apasionante de la conquista. Para saciarla, no se regateaba el dinero; los precios de los alimentos, cuando podían encontrarlos, eran excesivos.Los flacos frutos de la tierra, animales inmundos, carne humana y aun las adargas y zapatos no escaparon al apetito desaforado de los españoles,
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