La avaricia, el error, la necedad, el vicio, nos roen alma y cuerpo como secretas llagas, y apacentamos nuestros grandes remordimientos como los pordioseros alimentan sus plagas. Nuestro pecado es terco, la contrición cobarde; bien caras nos hacemos pagar las confesiones, y felices tornamos al camino fangoso, con llanto vil creyendo lavar nuestras acciones.
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