Pero la noble víscera que solo palpitó por la República y para la libertad, que se dilató con todas las alegrías y se contrajo con todas las desventuras de la patria, no podía reposar allí definitivamente. Consumado el desastre de 1814 y convencidos los patriotas de que habían conquistado a Caracas para siempre, se presenta al palacio arzobispal un buitre repugnante y exige que se le entregue "el corazón del traidor Girardot, para darle el destino que merece".
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