En la edad en que la niña Francisca Josefa de Castillo dio en la flor de lucir alegres y vistosas galas y en el femenil capricho de los untos, afeites y aguas de rostro, sustraídos de las redomas y bujetas del tocador materno, para parecer bien ante la cohorte de precoces galanes que sin descanso la rondaban; en esa edad, decimos, la rapaza debió ser andariega, si bien no mucho, por ser su padre, don Francisco Ventura, poco inclinado a permitir que su hija menor anduviese de un lado a otro en corros de "muchachas en flor".
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